RELATOS NADA SERIOS


de Atram Oslo


P'al Pueblo

Es verano. Hace mucho calor y uno de mis vecinos es taxista.
-¿Y a donde vas este año, Luis Miguel?- le pregunto un día a la puerta de casa, mientras carga en el taxi las maletas, un colchón enrollado de recambio, el cochecito del niño, el kit de picnic...
-Pues, ¿a dónde voy a ir? ¡al pueblo!- ¡y no me entero de adonde va! Porque de pueblos hay un rato y todos en el quinto cuerno: perdidos en la meseta o en algun rincón del sur... Y en pleno agosto debe hacer un calorazo que ni te cuento, pero ala, cuanta gente se va ¡p'al pueblo!
Me queda una desazón y un desangelo... Despido a Luis Miguel con pañuelito blanco y lagrimilla pensando en la desgracia tan grande que es haber nacido en la gran ciudad. Toda la vida condenada a no tener patria chica. Vamos, una desarraigada, ¿de donde soy? soy una "sin-pueblo", de ninguna parte.
Y estoy yo en estas cábalas desconsoladas cuando se para delante mío una camioneta de esas camping-caravaning. Se baja un tío con cara simpática y unos ojazos "que comen", preguntando cómo ir a un lugar que desconoce, cerca de mi casa.
-Es que no soy de aquí- dice, dejando claro que "tiene pueblo", -he dado mil vueltas y no lo acabo de encontrar-.
Como ya he empezado las vacaciones y no tengo nada mejor que hacer me ofrezco a acompañarlo. Le llaman al móvil. Mientras habla abre la camioneta y veo que está acondicionada para vivir de forma bastante cómoda. La decoración no me pasa desapercibida: toda la tapicería es de piel de leopardo en tonos fucsia y de todos los pomos de los muchos armaritos que hay por toda la estancia, cuelgan unos pompones que, no sé, pero me han parecido exactamente iguales a los que llevaban las bailarinas de estriptís de los años 80 colgando de los pechos ¡qué peculiar!
El hombre sigue hablando por el móvil y yo me adentro en la casita con ruedas. Tiene gracia que la cama principal tenga un reborde de marabúes, el minusculo baño esté todo pintado de rosa pastel y en la puerta haya un corazón gigante confeccionado con... ¡uñas postizas nacaradas! No salgo de mi asombro, el conjunto es como un pequeño puticlub, casi entrañable.
Se acaba la conversación telefónica y el amigo me indica con una sonrisa que me acomode "como en mi casa".
Ya montados en la furgoneta, le indico el camino hacia donde se dirige. Hablamos sobre las vacaciones y me cuenta que se va al camping de "su pueblo" (ese pueblo que casi todos llevan dentro) que está lleno de turistas, pero primero tiene que recoger a su madre y sus tías, que son sus compañeras de viaje. Yo lo miro bastante atónita, luego miro el decorado tan sugerente y mi expresión refleja toda la sorpresa que siento.
-¿tu madre y tus tías? ¿aquí?- El se ríe.
- No sabes lo bien que me resulta. Ellas se sienten modernas al vivir aquí, en el camping no hay nadie que no las conozca al cabo de un día de estar allí-
Ya me imagino a la familia: Luci, Pepi y Bum con unos añitos encima y envueltas en fragancias de cualquier "perfumería Rosita".
-Hablan por los codos y se entienden en cualquier idioma, aunque no hablen más que castizo. Tenemos invitadas a tomar café todos los días. ¡No hay guiri que se resista a fisgar en esta caravana!- Yo voy viéndolo claro.
Me sigue explicando: -Por la noche, ellas se van al baile del pueblo, a tomar un helado y eso y no vuelven hasta las tantas. Son unas juerguistas...-
-¿y tu, qué?- le pregunto.
Su cara de satisfacción y mirada pícara me contestan: -las madres guiris son las que vienen a tomar café, ¡sus hijas prefieren el “resopón”!-  Sólo por lo original del montaje ya me está interesando el tema
A todas estas, ya estamos llegando y a la entrada del pueblo hay un recodo con árboles y sombra. Estaciona la caravana y me da las gracias por haberle acompañado.
-Pero ahora no te querrás ir andando, no?- Es verdad, pienso, sería un paseo pero con el calor que hace...
-¡te invito a un café!- exclama como si hubiera tenido una idea genial -y luego te devuelvo. Ahora ya sé llegar y… no estamos lejos.-dice más despacio.
De repente, caigo en que el espacio entre nosotros ha disminuido considerablemente. Lo observo con un mohín durante unos largos segundos y él me mantiene la mirada, vuelvo a echar una ojeada al miniputiclub y ¡qué caray!, con mi mejor sonrisa de verano le contesto:
-¿no es un poco tarde para el café?-

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